Nuestro país y nuestra pesca

Autor: Marcos Kisner Bueno

sábado 2 de abril de 2005

Vivimos en un sistema perverso, que, ante la ausencia de planificación, nos conduce a un delirio mesiánico que espera que la redención provenga de un cacique inspirado que traiga soluciones mágicas y también fáciles. Nos hemos cegado a la única posibilidad de redención, la cual es trabajar duro y en forma concertada para un plan de largo plazo que saque al país de su secular postración.

Nos hemos cegado con la ilusión de un Estado que no existe, en la practica, nada mas que en la TV, en los medios, y en algunos sectores de algunas ciudades.
Lo vemos a diario: ¿Hay Estado en el comercio e industrias informales? ¿Hay Estado en la muerte y enfermedad de quienes no tienen acceso a los sistemas de salud? ¿Hay Estado en quienes no cobran ningún tipo de pensión de jubilación? ¿Hay Estado en los pueblos olvidados de la Sierra y Selva?.

Creemos que vivimos en un Estado, mientras que la realidad muestra estos enormes segmentos del país que ignoran hasta la existencia misma de la palabra Estado.

¿Acaso hay una política pesquera sobre la cual desarrollar el consumo humano directo? ¿Hay realmente un Estado al cual defender? ¿Hay realmente una patria a la cual defender? Somos una mezcla de etnias que ya ni siquiera tienen el crisol que representaba el servicio militar obligatorio para crear concepto y reflejo de Patria.

Todavía vivimos en tierra de caciques y curacas, sumidos en la inercia y la desesperanza.

Criticamos y hablamos, algunas veces en los medios, otras en privado, u ocultos tras seudónimos por temor a represalias. Vivimos en tierra de caciques bajo una cultura de miedo y desencanto. Aun no desarrollamos el valor y la decisión de participar activamente en la conducción de nuestro propio destino porque es mas fácil dejar a otros que lo hagan para refugiarnos luego en la cultura del chisme y la critica. Es mas fácil pagar a otros para que piensen por nosotros y nos digan lo que tenemos que hacer o dejar de hacer. Curiosa ironía la que nos lleva a pagar a nuestros verdugos... muchas veces.

Una tímida presencia dando nuestro voto en una elección nos exonera de la responsabilidad de conducir nuestra vida como creemos que esta debiera ser conducida.

Y luego vamos a seguir por TV los resultados, con la secreta esperanza de que el nuevo presidente sea el verdadero Mesías tan largamente esperado que se convierta en la panacea que resuelva todos nuestros problemas y necesidades. Somos una cultura infantil y paternalista que sumisa y voluntariamente se degrada a la condición de manada gregaria al grito de democracia o libertad, emanados de una clase política incapaz de responder a los retos del milenio y a los problemas del país y de su pesquería.

Nos encontramos con la realidad, cuando por ejemplo, descubrimos que las tasas que cobra Dicapi por renovación anual de un sinnúmero de certificados constituye un sobrecosto que agobia al armador pesquero, el cual se sacrifica en el altar de las necesidades económicas de una dependencia estatal. Es evidente que el trámite y documentación puede simplificarse y las tasas reducirse. Probablemente un poco de sentido común y vocación de servicio podría reunir en un solo documento a todos los numerosos certificados que hay que renovar anualmente pagando tasas excesivas; pero en ese momento descubrimos que no hay interlocutor válido con quien dialogar para llegar a esta sabia decisión, y conseguir menores costos y trámites más simples. El TUPA impone el procedimiento y el precio, y ante dicho documento no hay quien pueda modificarlo. No hay una sola persona habilitada para hacer modificaciones, por tanto nadie se siente responsable y se escuda ante la imposibilidad de transgredir la norma. Pero...¿hecha por quien? Por muchas personas y por nadie en la práctica. Además, simplificar esto representaría una reducción de los ingresos de la autoridad de Capitanía. Entonces...¿cuál es el objeto de la norma? ¿Es realmente tener un control sobre las embarcaciones o la generación de ingresos para dicha entidad?

Cuando vemos que se exige el cumplimiento del Marpol para la evacuación de residuos oleosos y aguas sucias a las embarcaciones sin que existan plantas receptoras de tratamientos de estos residuos en tierra...nos ponemos a pensar en la eficiencia del estado.

Cuando el Congreso de la Republica promulga la ley 27979 en mayo del 2003 que establece un régimen remunerativo semanal de carácter cancelatorio para los trabajadores de la industria pesquera del consumo humano directo y al mes de abril del 2005 no se promulga el respectivo reglamento...nos ponemos a pensar en la eficiencia y utilidad del Estado.

Cuando el sistema bancario cobra a los ahorrista por depositar su dinero tasas y conceptos que al final resultan mayores que los intereses que abonan...nos ponemos a pensar en la bondad del sistema que protege al Banco mas no al ahorrista. Un sistema por el cual se cobra al ahorrista por guardar su dinero, el cual es empleado en préstamos con intereses altos a otras personas. Pero el dueño del dinero no solo no gana nada, sino que debe pagar para que el Banco gane.

Cuando vemos un puerto como Paita, por el cual transitan millones de dólares en exportaciones e importaciones, y una actividad pesquera importante, pero a la vez observamos como no existen pistas asfaltadas ni servicios, ni infraestructura, al punto de que las pistas que conduce a importantes plantas pesqueras prácticamente son una trocha encalaminada sin asfalto.....para vergüenza nacional cuando vienen clientes extranjeros a visitarnos......entonces pensamos a donde van los impuestos que cobra el Estado, o cual es la funcion del Estado.
Todo el control sanitario al interior de las plantas no evita el polvo y la tierra de las vías de acceso a las mismas...... Lo cual nos da el derecho a cuestionar las exigencias de la autoridad sanitaria del Estado, o por lo menos su ceguera.

Cuando vemos un muelle fiscal a través del cual se mueve casi todo el avituallamiento y transporte hacia la flota artesanal y tipo Paita en una situación realmente calamitosa al punto de que cualquier día colapsa......nos ponemos a pensar cual es la ventaja de vivir bajo un Estado semejante y cuál es el destino de los impuestos que todos pagamos.

Eso es el Estado.... un ente abstracto. Normas con rango de palabra de Dios, ante la cual solo puede expresarse el consabido "te alabamos señor".

Así ha sido siempre y así será por siempre jamás. Porque esto es propio de pueblos como el nuestro. Y ese es nuestro futuro: un país sometido a una teocracia de funcionarios y autoridades omnipotentes al servicio de sus propios partidos e intereses, pagados por nosotros mismos.

A menos que empecemos a madurar y tomar conciencia de nuestra responsabilidad en la conducción de las cosas.

El pescador artesanal, conciente de esta realidad, tiene que librarse de la costumbre de exigir, reclamar y esperar todo de un Estado inexistente en la práctica. El desarrollo y el futuro de la pesca artesanal está en las propias manos de los pescadores. En el convencimiento de que son micro empresarios privados que deben evolucionar y crecer basados en sus propias capacidades y en su propia imaginación. Tienen que tener una visión de futuro y de largo plazo proyectándose como extractores de materia prima, pero también como comercializadores directos y también como procesadores que den valor agregado a su extracción. Tienen que pensar en alianzas estratégicas con la industria congeladora, y con sistemas de distribución y comercialización de pescado para el mercado nacional. Tienen que actuar como empresarios privados y hacer el esfuerzo de crecer en una economía de libre mercado.

Son los mayores y principales proveedores de pescado para consumo humano directo. Deben asumir ese reto y esa posibilidad. Bajo una óptica empresarial y no sindical. No resolverán sus problemas ni crecerán vía huelgas o bloqueos de carretera. Esa es una actitud propia de quien espera todo de un Estado que como hemos dicho no existe.