Estrellas fugaces, fugaces días.

Autor: Francisco J. Miranda Avalos

lunes 17 de enero de 2011

Esa noche no podía dormir, las olas tronaban sobre la arena sin cesar, pensaba que el mar se saldría y mojaría todo el campamento. Abrí el cierre de la carpa, tome una silleta de playa y me senté bajo las estrellas, en el centro de la playa vacía. No había viento, el humo de la fogata se levantaba perpendicular hacia el cielo, como buscando un lugar entre los cúmulos de estrellas. La última noche del campamento de este año, el cielo estuvo despejado y estrellado como muy pocas veces. Los años anteriores nos tocaron lunas llenas que iluminaban el mar y la playa, mostrándonos cuanto se puede ver en una noche plateada de luna.

Tras mío solo la suave brisa y los serenos ronquidos de mis amigos, que atravesaban las telas de sus carpas, violando la intimidad que tenemos todos los cristianos en nuestras casas de ciudad. Dicen que ronco mucho, seguramente; pero esa noche mis amigos eran un sobrio concierto en “ro” mayor.

Uno no puede dejar de preguntarse sentado en la soledad de la playa oscura, arrullado por olas de tormenta, fuertes ronquidos e iluminado por un centelleante firmamento, ¿qué placer tan vicioso te lleva a privarte en cada campamento, del agua dulce, del trono sanitario, de unas sabanas limpias de arena? O del placer mundano de la televisión. La verdad no lo sé, pero este último camping en particular tuvo además, el delicioso sabor de la adversidad vencida y de la amistad redescubierta.

Muchos no comprenden la compleja logística que significa la organización de un camping de playa, piensan que es solo un poco de vida rustica y salvaje, por unos días. ¡Aguantemos las penurias, porque finalmente es un campamento! Suelen decir algunos. Bueno, quizá era así cuando éramos jóvenes estudiantes tratando de demostrar nuestras capacidades primitivas ante la tribu universitaria o de barrio. Pero el tiempo pasa junto con los años y poco a poco uno aprende ciertos detalles que convierten ese placer salvaje en un goce particularmente diferente.

Lo primero es la maquina que nos llevara junto con todas nuestras cosas, el auto debe estar en perfectas condiciones, hay que llevarlo al taller, afinarlo y dejarlo listo para que no falle ni de ida, ni de vuelta. Pero este último campamento, el auto fallo. Una falla increíble rompió la tapa del distribuidor, el rotor y el sensor, nomas saliendo de Paramonga. La odisea de buscar un mecánico, los repuestos y poner operativo el carro, duro desde las 10 am hasta las 9 pm, y casi destruye los planes por completo. Pero un caballero mecánico egresado del SENATI que odia Lima y sus tumultos, un Rascaplaya gigante y bonachón de 160 kilos, un audaz taxista y un grupo de alegres campamenteros, se juntaron frente a la adversidad y tornaron el incidente en solo un gracioso recuerdo de lo imposible de prever. A pesar de las horas perdidas, la maquina llego finalmente con todas las cosas para gozar de un lindo camping pleno de sol y mar, para traernos luego de regreso a la odiosa ciudad.

Mención especial, sin duda, al gigante bonachón, Armando Carlini, que se tomo el trabajo de comprar los repuestos en La Victoria y llevarlos hasta Pativilca ese mismo día, un favor impagable. Al que de alguna manera le hicimos honor con los pies descalzos, sobre las suaves arenas de la playa huarmeyana libando algunas copas de pisco “Carlini” acompañadas de salami, bocaditos y demás exquisiteces, en una larga charla de trasnochados playeros. Un recuerdo inolvidable de risas, anécdotas y demás relatos de aventuras con amigos que están y con los que ya se fueron…por ahí por las estrellas, hasta que la pregunta inevitable llego: ¿Porque te gusta venir a acampar Panchito?

No se…será quizá que vengo aquí desde hace más de 30 años. Aun recuerdo la primera noche alucinante cuando el Mono Tassara dibujaba con un improvisado lápiz sobre la tierra, los contornos de la isla del frente, mostrándome el “gorila echado” que veía en ella. Y mi pesada discusión… ¡Pero Mono, aquí en las cartas nacionales, esta playa figura como “El Erizal”! ¡Calla sonso! ¡Para mí esa es la Isla del Gorila y esta es la playa del Gorila, ya sabes donde puedes meterte tus cartas nacionales! Respondía terminante. Y es que con él, no había discusión posible de ganar, además de ser un gran mentor en la pesca submarina, imponía su mano fuerte, su mayoría de edad y su gran conocimiento del territorio. Rodolfo “El Mono” Tassara, nunca dejo de bucear, incluso con tres “bye pass” en el corazón, contra toda ordenanza medica, siguió y siguió buceando a pulmón y buscando sus lenguados, hasta que su corazón no pudo más en “El Paraiso”, partiendo desde esa playa huachana hacia algún lugar en el firmamento. Esa noche yo buscaba su figura en el cielo, entre las estrellas, pero no ubique la constelación de “El Mono”, sin embargo el “gorila echado” seguía ahí, escoltando mis pensamientos así como su recuerdo.

Tal vez voy siempre a esa playa porque mis dos hijas gatearon en esas arenas desde que tuvieron 8 meses. Y es que pensaba que los niños deben tener contacto con la naturaleza desde pequeños. Creo que eso abre sus mentes y les permite ver el mundo de manera diferente. Además, en la soledad de la noche campamentera, siempre hay tiempo para charlar con los niños. Un tiempo que no solemos tener en el día a día citadino. Íbamos a esa playa incluso en época de terrorismo, nunca nos amilanamos y corrimos el riesgo que muchos otros nunca quisieron correr, escondidos en sus casas, bomba tras bomba y apagón tras apagón. Finalmente somos tan peruanos como los demás y de esta, nuestra tierra, nadie nos bota. Por seguridad, prendíamos el lamparín de gas, solo unos instantes para cocinar, tomar un café, o una sopa caliente, pero luego lo apagábamos, descubriendo que en la oscuridad se ve mucho mas alrededor, que lo que podemos ver con el resplandor de la luz. Mientras unos sufrían en los apagones, nosotros encontrábamos la seguridad en la oscuridad, en una recóndita playa de Huarmey, en plena zona roja.

O quizá es porque ese sector de playas siempre me dio pesca. Recuerdo una prolongada huelga universitaria, yo estudiaba en una universidad nacional. A solo dos días del inicio de la huelga, llame a un amigo pescador submarino como yo, proponiéndolo me acompañara a Huarmey a pescar unos días, mientras terminaba la huelga. Después de unos días de buena pesca, llame a Lima solo para descubrir que la huelga continuaba, duro casi tres meses. Fueron largos días de pesca y playa, en aquel entonces solo tenía un escarabajo VW, capaz de entrar en cualquier parte, una carpa militar sin piso, una cocina Primux, unos cacharros viejos y un sleeping de plumas. La carpa casi nunca la armamos, la cocina y los cacharros sirvieron para buenos cafés y sopas, pero siempre dormimos a la luz de las estrellas o de la luna, sobre las arenas suaves de esas maravillosas playas. Mis amigos y yo, jamás olvidaremos esos días. Caminamos por todas las playas y caletas de la zona, buceamos en lugares que muy poca gente conocía, conociendo a gente amable y cordial que muchas veces nos dio su techo y un plato de pescado frito para el almuerzo. La pesca nos permitió pagar los gastos y el combustible, terminada la huelga volvimos muy tristes a Lima, a estudiar la teoría de la pesca.

Pero quizá la razón más importante es la paz espiritual que uno encuentra en una playa solitaria, sobretodo en una noche oscura techada de estrellas, con decenas de estrellas fugaces atravesando el firmamento. Siempre pienso, que los políticos son como esos meteoros, quieren tener su momento de brillo, pero luego se queman para desaparecer. ¿Sera tal vez por los valores ausentes? Me imagino que si, por que yo le doy mucha importancia a los valores con los que se me criaron, pero por alguna razón me resulta muy difícil encontrar en muchos políticos peruanos algunos de esos valores o el simple reconocimiento de la responsabilidad que asumen ante los contribuyentes cuando ostentan un cargo político, que son conceptos básicos para respetar a los demás, reconociendo que en nuestras vidas, nuestros derechos terminan donde comienzan los de los demás.

El placer de la oscuridad salvaje de una playa no se puede igualar, así era el kilometro cien al sur de Lima, solo hace unos años atrás, hasta que algunos ambiciosos decidieron urbanizarlo, destruyendo un paraíso solitario a pocos kilómetros de esta banal ciudad. A veces no sé si el turismo trae progreso o destrucción, sin duda mucha gente se beneficia de él y obtiene trabajo para sustentar a su familia, pero cada vez aleja más los lugares solitarios y salvajes, obligando a los amantes de las suaves arenas a buscar lugares recónditos, donde nadie pueda llegar. Ya vi un cartel horrible en Huarmey, cruel presagio de un futuro que no quiero ver, reza asi: “Aquí pronto será Asia del Norte”.

Y es ahí donde me pregunto, ¿donde está nuestra “calidad de vida”?, acaso como cualquiera ¿debo pensar que esta solo se obtiene con dinero y cosas materiales? No lo creo. Creo que si logramos disponer de nuestro tiempo y de nuestra libertad de acción, habremos logrado una buena “calidad de vida”, finalmente lo único que uno jamás recupera, es el tiempo perdido. Lo demás es totalmente recuperable.

¿Entonces por qué voy siempre al mar; a bucear, a navegar o simplemente caminar con los pies desnudos por la playa? Por que lo realmente fugaz no son las estrellas, ni los cortos dias de un campamento, sino la vida misma.