El amor a los botes de placer

Autor: Francisco J. Miranda Avalos

miércoles 5 de enero de 2011

Para un amante del mar no existe nada mas soñado que la posesión de un bote, los que optan por la vela, quizá son los más puristas, otros un poco más prácticos o con otros propósitos, prefieren los botes motorizados. Pero todos más o menos de igual manera, soñaron alguna vez navegar cabalgado las olas sobre un bote y sentir la brisa marina en la cara.

Mi sueño en particular siempre ha sido la vela, pero ha sido un sueño inaccesible hasta hoy. Uno de los fundadores de Oannes, Alfredo Gordillo, amante de la vela, que lamentablemente ya no está con nosotros, solía invitarme a velear por las tardes desde La Punta hasta el Cabezo norte de la Isla San Lorenzo, anclábamos en la ensenada de yates, engullíamos un rico ceviche y un par de copitas de su pisco, mientras charlábamos de muchas cosas y luego levábamos anclas para regresar veleando hasta el Yatch Club de La Punta, gozando de uno de los placeres más extraordinarios que los botes nos pueden dar. Pero Alfredo falleció y desde entonces ha permanecido en mi recuerdo, siempre sonriente al timón del “Juanito” con su mástil reparado, roto por una ventolera en Paracas, que luego vendió, para hacerse del súper competitivo “Piscopuro.com”.

Pero si de experiencia náutica se trata, la mía está cargada de cientos de travesías en botes neumáticos, desde los tradicionales “Zodiac” hasta el “Avon” que ahora tenemos. Son botes más pequeños y ligeros, saltarines y húmedos, pero fáciles para subir la panza luego de una jornada de pesca submarina. Sin embargo, las anécdotas con ellos son realmente tan jugosas, como terriblemente peligrosas.

Recuerdo el día que fui a Bujama a visitar a unos amigos, no lleve equipo de buceo por que el mar estaba movido y realmente no hay donde bucear en Bujama, pero en aquel entonces era el sitio preferido para meter los botes, si se quería ir a las islas de Asia a pescar.

Precisamente ese día encontré en la playa a cuatro entusiastas amigos, que llamare por sus “chapas”, pretendían ir a pescar a las islas, y se encontraban en la faena de meter el bote al agua.

Era un “Avon” casco rígido de fibra, color naranja, propiedad del “Capitán Hormiga”, que en esa oportunidad estaba acompañado por el “Gato”, el “Loro” y “Memo”, no llamado así por el personaje de Julio Verne, sino por su falta de memoria. De esa alegre tripulación, “Memo” es el único que ya no está entre nosotros.

Colocaron el bote y las cosas en el agua, con el motor listo para bajarlo y encenderlo tan pronto tomara suficiente profundidad, dos buzos a babor y dos a estribor, con la proa a las olas, esperando que terminara la racha, para empujar el bote y subirse todos a una. Era una clarísima escena de aventura, digna de cualquier foto, las olas de un metro aproximadamente no dejaban de venir una tras otra, de pronto el “Capitán Hormiga” dio la voz: ¡Ahora!...y todos al unisonó empujaron el bote y se subieron, el “Gato” a la proa, el “Loro” a estribor, “Memo” a babor y por supuesto el “Capitán Hormiga” en popa bajando el motor y tratando de encenderlo para ganar el sajido antes que levante nuevamente la racha…pero el motor no encendió a la primera, tampoco a la segunda, ni a la tercera…el mar no suele perdonar esas cosas.

Desde la orilla, sentado en el malecón observaba la escena inquieto, mientras veía que las olas comenzaban una nueva secuencia, me pare nervioso y camine hacia la playa vislumbrando una tragedia avecinándose sin piedad. El Capi seguía intentando encender el motor sin éxito, a nadie se le ocurrió tomar los remos para ganar espacio, todos miraban al dueño del bote incrédulos, de pronto, la primera ola de la nueva racha se levanto, paso sobre el bote y todos a bordo percibieron de inmediato el peligro, el “Gato” se abrazo de los pontones en proa y metió la cabeza bajo sus hombros, esperando la próxima ola, “Memo” y el “Loro” saltaron del bote al ver el tamaño de la ola, mientras el Capi en un último intento arranco el motor, pero al ver la pared frente a él, opto por abandonar la nave. El “Gato” abrazado de la proa, solo sintió el motor encendido y levanto la cabeza para ver frente a él, las otras olas que venían, gritando con fuerza: ¡dale Capi, dale!...pero después de atravesar dos tubos espumosos, volteo para darse cuenta de la realidad: estaba solo. La siguiente ola lo empujo hacia popa graciosamente y lo coloco al mando del motor encendido, en un movimiento extraordinario y fortuito. Puso el cambio y enfilo proa a mar, rompiendo las tres últimas olas de esa racha y sacando el bote hacia mar, tras las olas. Al mando de la nave, el “Gato” cargado de adrenalina, gritaba cientos de improperios a sus compañeros de aventura, mientras les hacia señas para que nadaran hacia, el. Mudo en el malecón, observaba a mis amigos nadar hacia el bote e ir subiéndose uno por uno, el “Capitán Hormiga” intento retomar el mando, pero una clara señal gatuna, lo sentó a babor, mientras entre risas nerviosas y gestos airados, la nave tomo rumbo a la Isla al mando de un nuevo comandante, era obvio el motín a bordo. Sin embargo ese fue un día de suerte, no hubo tragedia, pero estuvo muy cerca de suceder. Un golpe del bote o de la hélice del motor, habrían cambiado mi historia.

De hecho yo mismo tuve una experiencia casi mística en las playas de Reventazón, frente a las Islas de Lobos de Tierra, cuando se nos volteo un bote llegando a la playa y las hélices del motor pasaron junto a mi oreja izquierda. Y digo casi mística, por que el silencio reflexivo después del accidente, mientras caminábamos por la orilla, recogiendo las cosas que el mar varaba, incluso nuestra pesca, fue de monasterio. No sé lo que paso por la mente de mi compañero de aventuras, pero por la mía paso toda mi vida.

Sin embargo existen caras inolvidables, iluminadas por el placer de la aventura, que jamás olvidare, como aquel día que regresábamos de las Islas Chincha, rumbo a Paracas con un viento de grado 4 o 5 (escala de Beuffort), literalmente saltando sobre las olas con el motor a toda máquina, y sobre cada salto un baño de agua fría, que no paró hasta casi llegar al Candelabro. La verdad son emociones y recuerdos inolvidables, no solo por la vivencia realmente espectacular, sino; porque al día siguiente te preguntas: ¿por me duele tanto el cuerpo? hasta finalmente recordar tamaño trote de más de 2 horas de navegación del día anterior. A veces no sé si esos viajes de ida y vuelta a las islas son más memorables que las mismas faenas de pesca que los motivaron.

Recuerdo un curioso que observaba minuciosamente mi bote antes de meterlo al mar, dándose cuenta que todo iba amarrado cuidadosamente, los arpones sobre un larguero al igual que los plomos, en proa; una super bolsa de red sujeta al piso que conteniendo los equipos, el motor amarrado además en un gancho del espejo y el tanque sujetado con “straps” al piso del bote. Hasta que finalmente no pudo aguantarse y pregunto: ¿Por qué va todo tan amarrado?...Los legos no tienen idea de lo que es navegar largas distancias en esos pequeños botes.

Claro que es fácil hacerse de un bote de estos para quien tiene un presupuesto de más o menos cinco mil dólares, pero ni por asomo son botes fáciles de manejar, debe aprenderse sin prisa y con cautela su manejo, sino el riesgo de un accidente siempre estará presente. Sin embargo las satisfacciones que nos pueden dar, serán inolvidables.

Pero el nauta de corazón le pone mano a su bote todos los días, es como un juguete preciado que se mira y admira, revisándose con minucioso cuidado, detalle por detalle, para que luego la experiencia de su navegación sea segura y agradable.

Una cosa que siempre recordamos los usuarios de botes neumáticos, es que no existe el “seco”, tan necesario en todo bote. Porque ahí se llevan siempre cosas importantes, como un teléfono celular, radio, algunos víveres, herramientas, brújula o una cámara fotográfica, imprescindibles en una aventura náutica. Y es que las olas embarcan agua en cada viaje, por eso estos botes tienen un desfogue por el espejo que permite eliminar el agua cuando el bote corre. Pero con el tiempo, aparecen pequeños huecos indetectables que terminan por mantener inundado el bote cuando este deja de navegar. Mi viejo “Avon” parecía una piscina después de unos minutos anclado. Y el agua fría es implacable, causa malestar por mas veraniega que sea la estación.

De hecho esa es la primera lección que un novato aprende al navegar en un bote neumático: la mojadera. Los buzos solemos ponernos el wet suit completo y encima una casaca de plástico impermeable para navegar, porque además las quemaduras de sol, son fuertes incluso en invierno. Recuerdo un amigo ruso que insistió en acompañarnos a navegar y porfiadamente se negó a usar un wet suit o un impermeable, si bien es cierto resistió la fría mojadura, cuando anclamos se desvistió y al regreso ya era un tomate, no solo por el color adquirido, sino por que debió pasar por una larga terapia de entomatada durante varios días en el hotel. Bien sabido es que el tomate es un efectivo remedio casero para las erisipelas, igual que el chuño en la playa, tal como la ceniza sobre la piel, protege a muchos aborígenes africanos y australianos de la inclemencia solar.

La mayoría de los botes ligeros, incluso los de fibra de vidrio, requieren de un lugar de aparcamiento, el bote, el remolque y el motor, ocupan siempre un lugar en el garaje o el club náutico, donde además generan un costo, ni que decir de un yate que casi siempre está anclado esperando al dueño. Es triste a veces ver botes abandonados por sus dueños en el puerto o en las marinas, solo por que los propietarios sintieron el impulso de comprarlos, para luego descubrir que eso no es lo suyo. Pero si usted no es un nauta y quiere comprar un bote, hágalo, después de todo, lo momentos más felices de un bote de placer, serán cuando lo compre y cuando lo venda. No tiene pierde.